Demócrito de Abdera, Tracia (en la península de los Balcanes - al sureste de Europa), vivió el 460 al 370 antes de J. C. Fue discípulo de Leucipo. Al parecer, según cuenta Diógenes Laercio, realizó numerosos viajes, estudió con algunos magos y caldeos que el rey Jerjes dejó por maestros a su padre cuando se hospedó en su casa.
Demócrito es considerado una de las figuras más representativas del atomismo antiguo. Escribió numerosas obras. Entre las más importantes se destaca: “Pequeña Cosmología”, donde explica el mundo partiendo de las partículas más pequeñas, los átomos. Estos están sometidos a un movimiento en perpetuo espiral que no puede retrotraerse a origen alguno. Y en su obra “Reglas del Pensamiento”, Demócrito establece una separación entre el conocimiento que se adquiere a través de los sentidos, del que proviene de la razón, y que se considera el verdadero. Recibió la influencia de Anaxágoras y Leucipo, y su doctrina del alma tuvo una notable repercusión en la filosofía posterior.
Aunque estuvo en Atenas, no se relacionó con los filósofos áticos de su tiempo, por lo cual permaneció relativamente ignorado, bien que Aristóteles se refiera a él, lo mismo que a Leucipo, con el mismo detalle que a los demás presocráticos, en su Metafísica y en otras obras. Decía Aristóteles que Demócrito “no sólo parece haber pensado cuidadosamente en todos los problemas, sino haberse distinguido del resto [de los filósofos] por su método”.
Los argumentos de Demócrito son, según el Estagirita, apropiados a su tema y derivados del conocimiento de la Naturaleza, aun cuando resultan insuficientes por no haber tenido en cuenta los múltiples significados de ‘causa’ y de ‘movimiento’. Por eso, las teorías de Leucipo y Demócrito fueron, con todo, “las más consistentes “. Más que ningún otro filósofo anterior subraya Demócrito la incertidumbre de las impresiones sensibles, afirmando que su origen se halla en algo más fundamental que la sensación. Los principios que establece en su explicación del universo parecen ser una síntesis tanto de la doctrina eleática como de la de Heráclito: en vez del ser único y de la fluencia constante y perpetua establece Demócrito, en efecto, como “principios”, lo lleno y lo vacío, es decir, el “ser” y el “no ser”. El “ser” son los átomos, cuyo número es infinito, diferenciándose entre sí no por las cualidades sensibles, como las homeomerías de Anaxágoras, sino por su orden, figura y posición.
Los átomos son elementos cuyas determinaciones generales son geométricas y, por ende, cuantitativas; su movimiento se efectúa en el vacío, que es, por así decirlo, el lugar de los cambios, y no la simple nada, pues el vacío existe de un modo efectivo, aunque en forma distinta del ser sólido y lleno que son los átomos.
Ahora bien, el movimiento que tiene lugar en el vacío no es impulsado por una fuerza externa, que junta o disgrega las cosas, como el amor y el odio; los átomos son eternos e incausados porque son lo primero a partir de lo cual las cosas llegan a la existencia, pero su eternidad pertenece también a su movimiento, que se efectúa así de un modo enteramente mecánico, con un riguroso encadenamiento causal que no es un simple azar, pues “todo acontece por razón y necesidad”.
Los átomos constituyen el ser de “las cosas que son” y, por lo tanto, no sólo de las físicas, sino de las que parecen inmateriales, del alma que está compuesta de átomos de fuego, es decir, de átomos redondos impulsados por el más rápido movimiento. La solución dada por Demócrito es con ello una de las grandes soluciones clásicas al problema del ser y en particular al problema del devenir, solución tanto más aguda cuanto que conserva por partes iguales la necesidad racional de un ser inmóvil y la comprobación empírica de un mundo que se mueve. Y ello hasta tal punto, que los átomos de Demócrito parecen ser una partición del ser único de Parménides, el cual era evidentemente racional, pero no podía explicar en manera alguna el mundo de la opinión y del cambio. Al dividir ese ser Demócrito conserva su inteligibilidad sin contraponer violentamente ésta a la irracionalidad del cambio; de ahí que la doctrina de Demócrito haya sido una constante en toda la historia del pensamiento, en mucha mayor proporción de lo que puede hacer suponer la imagen que se da habitualmente de la filosofía griega, imagen que reduce el democritismo a una cualquiera de las diversas posiciones presocráticas.
Pero la importancia de Demócrito se manifiesta en el hecho de que su doctrina pasa muy pronto de ser una teoría sobre la realidad a ser una total concepción del mundo que incluye como una de sus partes esenciales la ética. En sus máximas, Demócrito basa la virtud en el equilibrio interno entre el tumulto de las pasiones. Este equilibrio puede conseguirse mediante el saber y la prudencia, que enseñan cómo hay que vivir, esto es, cómo hay que conseguir la felicidad, la cual no radica, por lo pronto, en los bienes externos, sino en la propia alma, que es “la más noble parte del hombre”.
Discípulos directos o indirectos de Demócrito son, entre otros, Metrodoro de Quíos, Anaxarco y Diógenes de Esmirna. El atomismo se enlazó posteriormente, por un lado, con el escepticismo pirrónico y, por otro, con el epicureismo.
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