viernes, 10 de julio de 2015

Biografia de Francisco de Quevedo y Villegas

De familia noble proveniente de Santander, descendiente de los ricos hombres de Castilla, Francisco de Quevedo nació en Madrid en el mes de septiembre de 1580. A tierna edad perdió a su padre, y algún tiempo después, cuando su educación no estaba aún terminada, falleció también su madre, que pertenecía a la alta servidumbre de la infanta Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II.

En la Universidad de Alcalá Henares aprendió Quevedo el griego y el latín, y estudió con tanto ardor las lenguas arábiga, hebrea, francesa e italiana, que llegó a expresarlas con admirable perfección. Aun no contaba con 15 años cuando fue graduado en teología, y a los 23 era la admiración de sus maestros. Conoció también Quevedo, como pocos, la moral y la política, desde el punto de vista científico; dedicó especial atención a la lectura de los santos padres y a la de la Sagrada Escritura, que le permitieron escribir notables obras teológicas y morales.

En su juventud se dejó llevar por su afición a la poesía, y dieron fama al novel ingenio sus letrillas. Estudiante en Alcalá, hirió de muerte a un compañero que censuró sus actos; en Italia ultrajó a los maridos y los hirió después. A los 5 9 años, creía que podía hacer las mismas cosas que en su juventud. En España escapó afortunadamente de cadenas y calabozos; pero una de ellas fue causa de la persecución que le llevó al sepulcro. Quevedo tenía entrada en palacio, amistad con palaciegos y nobles, y trato con el Estado llano y la plebe; pero, sobre todo, trabó especial amistad con don Pedro Téllez de Girón, duque de Osuna, que en 1609 regresó de las campañas de Flandes, y el año siguiente fue nombrado virrey de Sicilia. Dos años después (1615), el parlamento de Sicilia le eligió embajador ante Felipe III. Quevedo hizo el viaje por mar hasta Marsella, donde desembarcó felizmente, pero en Montpellier fue preso por los hugonotes, que al cabo de tres días lo soltaron y padeció tres prisiones más antes de entrar a España.

Gracias a sus artes consiguió el nombramiento de virrey de Nápoles a favor del duque de Osuna, el recto gobernante que mereció el sobrenombre de “El Grande”.

Deseoso el duque de Osuna de batir el insoportable orgullo de Venecia, envió a Quevedo con la misión delicada de trasladarse, con el mayor secreto, a Venecia para estudiar con el embajador la forma de asegurar la tranquilidad de Lombardía y salvar sus intereses.

Las intrigas del duque de Uceda enfriaron la amistad del duque de Osuna con Quevedo; pero cuando aquél, desposeído de su cargo, calumniado y sometido a un proceso, volvió a España, el gran escritor se puso resueltamente de su parte; esto le valió ser encerrado en Uclés y después recluido en la Torre de Juan Abad, donde permaneció hasta la muerte de Felipe III. Ahí escribió las poesías más burlescas y de mayor Vida de hombres célebres 43 chanza que hay en sus obras y describió la deshecha borrasca de los favoritos del rey. Y terminó sus sueños.

El conde duque de Olivares, favorito del nuevo rey Felipe IV, llamó a Madrid al gran poeta, que también le había hecho blanco de sus sátiras, y le ofreció puestos tan importantes como el de embajador de Venecia, pero Quevedo los rehusó, aceptando en cambio, el cargo de secretario del rey. Excitado a escribir una comedia para obsequiársela a los reyes en la noche de San Juan, compuso la titulada Quien más miente, medra más, salpimentada de pullas contra el matrimonio, que se representó aquella noche. Pero aquella comedia no hizo más que irritar a las damas de palacio, las cuales se conjuraron para vengarse de Quevedo. Mas lo que no pudieron conseguir las intrigas y conjuras féminas, lo alcanzó la modestia y juventud de doña Esperanza de Aragón, a quien conoció Quevedo en Cetina, y de la cual quedó tan prendado que hizo cuanto pudo para apresurar la fecha de su casamiento. Desgraciadamente aquella unión fue muy corta, ya que su mujer murió a los ocho meses de contraer matrimonio; entre tanto, la popularidad inmensa que había alcanzado el sublime poeta, estuvo por encima de las críticas de aquellos malos escritores.

Más en los primeros días de diciembre de 1639, al sentarse a la mesa del conde, duque de Olivares, éste halló en una servilleta un memorial en verso que denunciaba los males públicos y solicitaba la medicina. Se supuso que lo había escrito Quevedo, y Olivares creyéndose perdido, decretó el exterminio del poeta. La noche del 7 de diciembre de dicho año, lo registró y tomaron las llaves de su hacienda, y sin permitirle tomar nada, lo encarcelaron con el pretexto de que estaba el satírico vendido a los franceses.

Furioso el conde duque hizo que de un piso alto bajara el poeta, aun oscuro y húmedo calabozo, abierto debajo de tierra y de un río, donde el gran escritor estuvo a punto de perecer de hambre y de frío. Además, abierta una pierna por la humedad y gangrenadas tres heridas, no tuvo cirujano, teniendo que cauterizarlas con sus propias manos. Cuatro años después caía el conde duque de Olivares y Felipe IV, a instancias del duque de Medinaceli, devolvía la libertad al anciano poeta. Quevedo se trasladó nuevamente a la Torre de San Juan Abad, con la esperanza de hallar algún alivio en aquel clima templado; pero un invierno tan riguroso como jamás se había conocido en esa época, aumentó su dolencia y, en busca de médicos y medicinas, se hizo trasladar a Villanueva de los Infantes, donde murió el 5 de septiembre de 1645.

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